
Dos Visiones opuestas de la Vida y Convivencia
Margot Bremer rscj
Antes, nosotros, los “misioneros”, creíamos que un mejoramiento de la situación indígena se consigue solamente a costa del abandono de su propia cultura e identidad para poder integrarse en la cosmovisión de la sociedad moderna que funciona con una economía occidental, único modelo exitoso. El modo de conseguir este objetivo solía ser el paternalismo y asistencialismo lo que producía grandes dependencias del gobierno, de instituciones eclesiásticas ó de ONG. Desde hace treinta años, sin embargo, está cambiando esta visión, gracias a la inclusión y participación indígena en nuestras decisiones.
¿En qué estructura de sociedad se quería meter a los pueblos indígenas para “desarrollar” y “promoverles”? Actualmente prevalece en el mundo entero una situación de tremenda desigualdad, de caos e incertidumbre. Según oxfam.org, la economía mundial está al servicio de 1 % de la población total1 lo que ha creado una desigualdad extrema.
Frente a esta situación, la cosmovisión holística de los pueblos indígenas nos parece una verdadera alternativa en nuestra búsqueda de salida de aquella ideología fragmentaria y fragmentadita que se basa en la dominación tecnocrática y economista.
La cosmovisión de los pueblos indígenas es extremamente contraria a la actual nuestra, porque es holística, pues se basa en una relación que busca la armonía y el equilibrio con todas las formas de vida de la Madre Tierra a la cual también los seres humanos pertenecen, considerándose una parte de la misma. Desde esta visión indígena, es fácil comprender que la acumulación es ajena a esta manera de enfocar la vida, y de hecho la mayoría de los idiomas indígenas carecen de conceptos como ‘desarrollo’, ‘riqueza’ o ‘pobreza’. Por ello, a veces en el diálogo con indígenas ancianos, éstos cuestionan el uso del término “pobreza” para calificar su propia situación frente a la de nuestra sociedad. Más bien suelen enfatizar la “riqueza” que constituyen sus territorios, sus tradiciones, sus recursos naturales y su cultura, no como posesión, sino como envueltos e insertados en la riqueza que la Madre Tierra les está brindando y la que ella generosamente está compartiendo con ellos2. Dijo el cacique Sepé Tiarayu. “Nosotros no podemos vivir sin la tierra, y la tierra no puede vivir sin nuestro pueblo, formamos un solo cuerpo”.
Tal forma de convivencia es para ellos el camino hacia la plenitud de vida que se teje en un largo proceso de interrelaciones, impulsadas –como en la misma naturaleza- por permanentes renovaciones. Los recursos de la tierra son, según estos pueblos, “bondades de la Madre Tierra” que se distribuye con la misma bondad equitativamente para renovar el sentido comunitario.
Esta forma de convivencia con la tierra y con toda su vida, se realiza en una relación familiar. Los indígenas se sienten parientes de las plantas y de los animales y les tratan con gran respeto: hablan con el espíritu protector de cada animal así como viceversa también las plantas les hablan al decir que “del árbol fluyen las palabras”. A partir de tales observaciones concretas a nivel local, su sentido comunitario se expande hacia lo cósmico: intuyen que su caminar tiene dirección hacia una comunidad cósmica como proyecto de la creación y por tanto inherente a todos los seres vivientes.
Con su sabiduría que les es propia, estos pueblos indígenas han observado, que el crecimiento hacia la vida plena depende de la calidad de interrelaciones, calidad que constantemente necesita ser re-construida a causa de las múltiples intervenciones desde adentro y afuera.
El corazón de la vida comunitaria indígena se encuentra en la sagrada asamblea2, celebrada en medio de y junto con la naturaleza. En este lugar-tiempo, que comienza y termina siempre con mucha oración, se renuevan los lazos de convivencia, haciendo primero memoria de su proyecto fundacional que cada pueblo nombra de otra manera. Los guaraníes por ejemplo expresan esta utopía con la “Búsqueda de la Tierra sin Mal” (yvy marane´y.) Centrados en este eje, ellos exponen en las asambleas sus problemas de convivencia y toman las decisiones en consenso. Estas asambleas son sagradas porque renuevan la convivencia mediante relecturas de sus mitos fundantes, raíz orientadora hacia el futuro en medio de los vaivenes de la vida e historia.
En estas comunidades la economía y la ecología van holísticamente unidas. Han desarrollado un sistema económico coherente a los principios de vida que observan en la naturaleza que se basa fundamentalmente en la reciprocidad generando una circularidad en el dar y recibir. De este modo se regeneran y se consolidan permanentemente los lazos comunitarios. Reciprocidad solamente es posible y eficaz, cuando cada uno reconozca sus propias limitaciones para poder dejarse complementar por el otro. Esta práctica es su modo de vivir el equilibrio en las interrelaciones humanas, reconociéndolo como el orden en la creación, establecido por su Creador.
¿Qué desafíos significa esta visión indígena, que cada vez menos se puede practicar, para nosotros, sus compañeras y compañeros del camino hacia otro “mundo posible”?
1Actualmente, el 1% más rico de la población mundial posee más riqueza que el 99% restante de las personas del planeta. El poder y los privilegios se están utilizando para manipular el sistema económico y así ampliar la brecha, dejando sin esperanza a cientos de millones de personas pobres. Para combatir con éxito la pobreza, es ineludible hacer frente a la crisis de desigualdad.
2Esto no significa que los pueblos indígenas no quisieran mejorar su condición socio-económica, al contrario demandan acceso a mejores servicios de educación y salud, a oportunidades para mejorar su producción e ingreso, a una participación equitativa en los procesos de definición de políticas y programas a nivel nacional.
2Recordamos aquí que la palabra ecclesía quiere decir “asamblea”, y “sínodo” = caminar juntos.
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